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lunes, 21 de octubre de 2013

Diseccionando al amor

Las historias de amor nunca nos cansan, es más, siempre se pueden reinventar, actualizar y tergiversar. En esta ópera este objetivo está más que conseguido. Dido y Eneas está basada, en parte, en el canto IV de la Eneida de Virgilio . La historia inicia cuando Dido, reina de Cartago, da hospedaje al fugitivo Eneas que huye de la destrucción de Troya. Para que la reina acceda y le proteja, Venus, madre de Eneas, manda a Cupido para hacer que Dido se enamore locamente de él. Más tarde, durante una cacería, los dioses hacen que se desate una tormenta y esto obliga a Dido y a Eneas a cobijarse en una cueva, donde sucumben a sus deseos. Pero Eneas debe seguir con su viaje para fundar la Troya en Italia y Dido se suicida al no poder imaginarse pasar la vida sin él, no sin antes maldecir a Eneas y a su pueblo A veces no hace falta conocer muy bien el argumento para que la historia en su plenitud, y sobre todo, en este caso, por sus personajes y escenografía, calen en ti. El lugar no puede estar mejor escogido: el anfiteatro de la Reial Acadèmia de Medicina de Catalunya, porque allí la opera disecciona, sin más, el amor. Una llave de hotel, según mi interpretación personal, simboliza la hospitalidad de Dido, el cobijo. Sin embargo, desde el inicio ya se huele la contradicción entre amor y deber, entre pasión y moral y con la ayuda de la magia estas contradicciones se convierten en tormento y en relato. La música acompaña en todo momento y para mi, se convirtió en un medio de transporte a la actualidad. Tomaba constantemente la historia y la transportaba a mi lado, a mi vida, a nuestra vida y a nuestras propias historias de amor. Gracias a la música aparece un vacío espacio-temporal: durante la ópera estaba en el mito y estaba en Barcelona, en una cueva entre brujas, y en el Siglo XXI, en el dolor de Dido y en la pasión por vivir; pero todo al mismo tiempo y en el mismo lugar. Genialidades como mezclar los músicos en la interpretación hacen que la dura música también vaya calando por su excentricidad y no tanto por su melodía. Las voces vibraron y vistieron el anfiteatro de vida, maravillosas, y según mi humilde opinión, en poca dosis. Lo mejor sin duda, las cantantes-actrices, personajes muy redondos, completos y al mismo tiempo muy auténticos. Una combinación exquisita, sensual y llena de belleza que regala un momento de erotismo que quiero agradecer. El arte tiene esta magia, puedes no entenderlo, puede que te deje frío, extraño en un instante y luego se va digiriendo como un pastel, como un corazón que se va diseccionando y amando. El arte es mágico y esta ópera es magia, magia de la dura.

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