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domingo, 18 de mayo de 2014

El festín de Babette

Como buena Mediterránea estoy sensibilizada con los placeres culinarios. Me gusta la buena comida, respeto su elaboración y aprecio la selección de la mejor materia prima. Por eso la película de El festín de Babette (1987) me parece simplemente brillante. En un poblado danés (muy parecido al de La palabra (Ordet, 1955)) viven dos hermanas: Filippa y Matinne (excelentes Bodil Kjer y Birgitte Federspiel). Su vida no parece tener muchas emociones es más bien una vida austera y dedicada a los demás, un camino que quizás no hayan podido escoger. Durante una noche de lluvia llega Babette, viene de París y necesita que la acojan y le den cobijo emocional. No desvelaremos más porqué su identidad debe permanecer en secreto. Tampoco desvelaremos los motivos por los que un día Babbete les ofrece un regalo a las que la han acogido durante más de 13 años: un banquete. ¿Qué puede significar un banquete? un pecado secreto? una receta de vida? Esta vez los comensales experimentan una explosión sensorial en la que el cuerpo y el alma se une a través del placer. Esto les llevará a descubrir verdades de cada uno y a entender, probablemente mejor, las de los demás. Una de ellas es que el triunfo es relativo "¿una vida llena de éxitos puede ser una derrota?". El amor como hilo conductor nos lleva a preguntarnos si dedicarse a lo más simple y conseguir ser bueno sea el mayor triunfo. Sabéis que soy defensora de esta teoría, y a pesar de que no sé si es cierta, si que me anima descubrir que cineastas como Gabriel Axel lo insinúen. Gracias al festín los personajes son más libres, el placer pasa a ser algo bueno, algo que compartir, y de repente son más personas. Más aun de lo que lo habían sido a través de la fe. Como espectadora una se sumerge en el placer sensorial y también en la libertad emocional de los personajes. Las escenas de la cocina son como los mejores cuadros de bodegones, una oda a la elaboración. Cada preparación, cada plato está pintado con el mejor sabor, pincelada a pincelada. Cuando termina la película uno desea cocinar y comer. No las codornices encofradas pero si un manjar con un buen vino esperando descubrir algo más... ¿y si el placer fuera el lugar de encuentro entre el alma y el cuerpo?