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martes, 5 de febrero de 2013

Amour

Amour no es una película rápida, precisamente. ¿Cuántas veces hemos oído decir que vivimos en un mundo acelerado? Lo sabemos, es así. Todo lo hacemos rápido, con prisa, como si quedara mejor. Pero Amour es lenta como, en realidad, es el ritmo natural de las cosas. Nosotros vivimos rápido pero la vida necesita su tiempo. Conocerse necesita tiempo, querer necesita tiempo y vivir también. Quizá este sea el motivo de que haya planos tan largos sin que –al parecer- no ocurra nada. Para mí no solo es una apología a la lentitud y a la paciencia sino que además, es una manera de inyectar lentamente la tristeza. Acostumbrados a los melodramas o a esos momentos álgidos de las películas donde la ambientación y la banda sonora te llevan al lloro espontáneo, el film de Haneke no tiene nada que ver. Él lo sustituye con una tristeza seca, constante que va calando y se mete dentro de ti. Gracias al hilo argumental uno siente que la vida, en parte, es triste aunque también entiende que es sólo una cara de la moneda y que cuanto antes lo aceptemos, antes nos prepararemos. Haneke también nos encierra literalmente en un espacio claustrofóbico –toda la película ocurre en la casa parisina- eso sí, cultivado por la lectura y la música exquisita. Quizá sea un mensaje a seguir siempre aprendiendo y leyendo para mantenernos vivos. Tal como dice la protagonista increíble interpretación de Emmanuella Riva como Anne Laurent) “sabes perfectamente que la imaginación y la realidad nada tienen que ver” como evocándonos a confiar en la ficción para sobrevivir y con la que ella tendrá tan dulce -y amargo- final. La ficción nos transporta a mundos que queremos que existan y que son propios, lugares únicos para cada uno quizá reservados a nuestra salvación. A pesar de esa tonalidad aprensiva y desolada que respira toda la película, hay algo indiscutiblemente alentador: el Amor. Haneke no podría haber escogido mejor título: preciso y sencillo. El amor como acompañante de todo, el amor como imprescindible y necesario, el amor como un refugio. Sí, la película es triste. Sí, la tristeza te humedece de un modo tan lento que ni te das cuenta no obstante, y precisamente, eso la hace más intensa. Pero la lección es firme e importante para cualquiera de nosotros: necesitamos el amor y Haneke nos lo recuerda. Eso se lo agradezco. Eso, y que sus películas te rompan algún trocito de dentro.